La austeridad que quitó seguridad a los jueces
El reciente asesinato del juez federal Uriel Villegas y su esposa, ocurrido en Colima la semana pasada, puso al descubierto la forma en que la malentendida “austeridad” dejó indefensos a los jueces y magistrados a los que se les recortaron los apoyos económicos para gasolina y viáticos para sus escoltas, lo que orilló a muchos de los juzgadores a renunciar a la prestación de las medidas de seguridad que, si bien les eran proporcionadas con camionetas y guardias asignados, tenían que cubrir ellos con su sueldo el pago de combustibles y alimentos para el equipo de seguridad.
Y es que la asignación de medidas de seguridad a jueces y magistrados que llevan casos relacionados con delincuencia organizada, que está contemplada en la propia Ley del Consejo de la Judicatura y que se otorga a través de la Comisión de Vigilancia, se modificó en octubre de 2018 cuando, a propuesta de la entonces consejera Martha María del Carmen Hernández, se eliminó la partida de apoyos económicos que se les otorgaba a los juzgadores para el pago de gasolina y viáticos a las escoltas que tenían asignadas para resguardarlos.
La entonces consejera, propuesta por el presidente Enrique Peña Nieto, consideró que el Consejo de la Judicatura no tenía por qué “pagar doble” por la seguridad otorgada a los jueces y magistrados y propuso eliminar el apoyo económico que se le entregaba a cada funcionario que recibía una escolta y que servía para pagar la gasolina y los viáticos de los escoltas asignados.
Según el razonamiento del acuerdo que propuso Martha María del Carmen, la Judicatura sólo debía otorgar las escoltas, las camionetas blindadas y los chalecos antibalas y que cada juzgador pagara de su sueldo el mantenimiento del equipo de seguridad.
A raíz de que el pleno aprobó esa medida “de ahorro”, varios juzgadores comenzaron a protestar y a regresar en 2019 los equipos de seguridad que tenían asignados ante la negativa a invertir cerca del 10% o 20% de su sueldo mensual, cerca de 20 mil pesos para pagar de su bolsillo la gasolina y los viáticos para alimentación de los guardias asignados.
Ese fue el caso por el que el juez Uriel Villegas, al igual que lo hicieron muchos otros, decidió regresar y declinar a las escoltas que tenía asignadas en el oficio que mandó el 21 de febrero de 2019 cuando aún era juez de Amparo adscrito al juzgado del Penal de Puente Grande Jalisco.
A ese acuerdo se refería Uriel Villegas cuando cita en su oficio de declinación el “Artículo 36, fracción IV del Acuerdo General del Pleno del Consejo de la Judicatura que regula la asignación, empleo y retiro de medidas de seguridad a servidores públicos del Poder Judicial de la Federación”.
A raíz de las protestas de los jueces el presidente de la Comisión de Vigilancia, Jorge Cruz Ramos, propuso en 2018 otro acuerdo para regresarles los apoyos económicos a los funcionarios judiciales pero el tema se dejó pendiente de revisión y a mediados de 2019, con el cambio de consejeros que terminaban su encargo y la nueva integración del pleno de la Judicatura Federal, ya en plena “Cuarta Transformación” la mayoría de consejeros decidieron retirar ese punto con el argumento de la nueva “austeridad republicana”.
La paradoja es que el presupuesto de la Judicatura nunca sufrió ningún recorte del Poder Legislativo aún en la actual administración.
Situaciones como ésta, que les costaron la vida al juez Villegas y a su esposa, han hecho que entre los jueces y magistrados se vuelva una queja común y constante que “nunca en ningún gobierno se habían sentido tan maltratados”.
Y es que con tanta “austeridad malentendida” y con medidas que lejos de mejorar el funcionamiento del Poder Judicial lo entorpecen y lo afectan, los juzgadores terminan sintiéndose abandonados por el Estado que debería protegerlos.
Tal vez a eso se refirió el presidente de la Corte y del CJF, Arturo Zaldívar, cuando calificó de “Crimen de Estado” el brutal doble homicidio ocurrido en Colima.
Un Estado que, por ahorrarse unos cuantos pesos en gasolina y viáticos, termina dejando en la indefensión a sus jueces ante las garras del crimen organizado.