Lozoya en traje caqui, ¿empezamos a preocuparnos, Peña?
La imagen que vieron ayer los asistentes a la audiencia judicial del caso de la planta de Agronitrogenados, en el Juzgado Federal del Reclusorio Norte, fue otra de esas fotografías que, aunque no podamos ver por el debido proceso, representan un hecho tan inédito como contundente: Emilio Lozoya Austin, el exfuncionario peñista que siempre vistió los trajes más caros y elegantes, de los mejores diseñadores de ropa masculina, apareció ayer con el traje color caqui que portan los reos de esa cárcel capitalina: pantalón beige, casaca beige con botas tipo industrial, la ropa y los colores que los igualan a todos, ricos y pobres, culpables o inocentes, en la prisión.
La sola imagen del exdirector de Pemex vistiendo las prendas carcelarias cuando salió a la reja del juzgado, ya era un anticipo de lo que le esperaba en esta segunda audiencia, ahora por haber comprado una planta productora de fertilizantes a su amigo, el empresario Alonso Ancira, por la que se pagaron más de 200 millones de dólares de sobreprecio del valor real de la planta propiedad de AHMSA. De nada sirvió que sus abogados, Ontiveros y Rojas, intentaran convencer al juez y a la Fiscalía General de la República que su representado estaba dispuesto a negociar la reparación del daño millonario a Pemex y ofrecieran las escrituras de una propiedad en garantía.
El juez Artemio Zúñiga, el mismo que el pasado 3 de noviembre le había dictado la primera prisión preventiva justificada, por riesgo de fuga, repitió ayer la dosis y le libró otra orden de prisión a un Lozoya que volvió a lucir desencajado y algo demacrado después de haber pasado su primera semana en la cárcel.
La suerte de Lozoya se definió en el norte, el rumbo de la ciudad donde se ubica el reclusorio y el Juzgado donde le volvieron a dictar, en menos de una semana, una segunda orden de encarcelamiento que empieza a dejar claro que al exdirector de Pemex se le pasó el tiempo y la oportunidad de negociar y de probar sus declaraciones ante la FGR y que, una vez más, ese pato a la pekinesa que lo llevó por primera vez a pisar la cárcel, ahora lo vuelve a hundir en prisión y se le sigue indigestando.
Pero Lozoya no es el único al que ese pato le está cayendo mal. En España, Enrique Peña Nieto sigue con atención, en medio de su vida desenfadada y de sus visitas recientes a la ciudad eterna, el juicio de su exdirector de Pemex que, entre más se hunda, más peligroso se vuelve para el expresidente. Amigos cercanos que han visto en fechas recientes a Peña en la capital española aseguran que el exmandatario sí está muy al pendiente de lo que sucede en el caso de Emilio, a quien le tiene mucho más miedo por lo que pueda decir en su contra, tanto en el caso Odebrecht como en el de Agronitrogenados, si es que se llega a sentir perdido.
Hasta ahora no hemos conocido al Lozoya desesperado o que se siente abandonado. La zona de confort y privilegios en que se había movido hasta ahora, gracias a su pacto con la FGR y con el fiscal Gertz Manero, lo había mantenido más o menos tranquilo y apuntando sólo contra los políticos de oposición, principalmente panistas, que le interesaba acusar y eventualmente encarcelar al presidente López Obrador.
La duda ahora es cómo va a actuar Emilio Lozoya Austin después de dos órdenes de prisión, ya sin privilegios y, todo indica, sin posibilidades de negociar más con la Fiscalía General de la República. Si Lozoya quiere volver a tener alguna posibilidad de recuperar el criterio de oportunidad, que por ahora le canceló la FGR, tendrá que dar algo más que acusaciones y señalamientos vagos e imprecisos contra políticos opositores del actual Gobierno. Si ya intentó y no pudo acusar a Videgaray, después de él sólo queda Enrique Peña Nieto. Por eso va la pregunta hasta Madrid: ¿Ya empezamos a preocuparnos, Enrique? o ¿seguimos gozando de la dolce vita?… Los dados mandan Escalera doble. Buena racha.
Salvador García Soto