AMLO y Sheinbaum: ¿transición fraterna o impunidad?
Contento de gusto, como el padre que recibe elogios y reconocimientos de una hija que todo le perdona, así se veía el presidente López Obrador este fin de semana durante su tercera gira “de transición” con la virtual presidenta electa Claudia Sheinbaum. Tan contento estaba, tras escuchar a la que fuera su candidata prometer públicamente que le dará continuidad a su Tren Maya, como una “obra estratégica, no prioritaria, pero sí estratégica”, que al mandatario hasta se le olvidó cómo fue su transición aterciopelada y pactada con su antecesor Enrique Peña Nieto y se aventó a decir que la que se vive hoy es una “transición inédita”.
“Concluimos el recorrido por el sureste con la virtual presidenta electa, Claudia Sheinbaum. La transición la estamos realizando de manera ordenada y fraterna. Es inédito”, escribió ayer López Obrador en sus redes sociales, tras el recorrido de tres días que realizaron juntos por Campeche, Quintana Roo y Yucatán, dentro de la cual viajaron juntos en el citado tren, una de sus obras más costosas y que, como todos sus grandes proyectos, entregará inconclusos y sin funcionar completamente a su sucesora.
Tal vez eso es lo que pone más contento al Presidente saliente, a cuyo gobierno le restan ya sólo 92 días para terminar: que la mujer que lo sucederá en el cargo, a la que él propuso, apoyó e impulsó desde tres años antes de la sucesión presidencial; a la que le puso a su servicio el aparato de los programas sociales y toda la estructura del Gobierno federal y de los más de 20 gobernadores estatales de Morena y a la que además apoyó ilegalmente con declaraciones y menciones constantes en su mañanera, declarando en varias ocasiones antes de las votaciones que ella sería la ganadora, al final le está pagando con lealtad incondicional todo su apoyo para llegar a la Presidencia.
Y tal vez tiene razón en cuanto a que es inédito ver en México a un Presidente saliente ir de la mano con la que será su sucesora, recorriendo el país en giras que siguen siendo de campaña permanente y en las que, sin mucho beneficio para la República, los dos se autoelogian, se apapachan y se tiran flores mutuamente sobre las grandes obras y acciones de los que los dos llaman “la transformación” del país y la anunciada construcción de su “segundo piso”. Porque además esas giras no fueron algo que haya propuesto o sugerido la futura Presidenta, sino fue una “invitación”, por no decir instrucción, de López Obrador que va por los estados que visitan ensalzando a su sucesora y levantándole la mano o abrazándola, como si quisiera dejar muy claro a quién le debe el triunfo la futura gobernante.
Esa es una imagen de la que, efectivamente, no hay registros en la historia del presidencialismo mexicano, ni siquiera de la vieja era priista o de los dos sexenios panistas, en los que si bien había un trato cercano y cordial entre los presidentes entrantes y salientes, por tratarse de políticos de un mismo partido los que se transferían el poder, nunca se vio una cercanía tan paternal o patrimonial como la que dejan ver Andrés Manuel y Claudia Sheinbaum en sus recorridos de fin de semana por distintos lugares de la República.
Y no es que sea ilegal o que a alguien le sorprenda tanta miel y cercanía, incluso habrá quien diga que “le conviene al país”, como también les conviene a ambos. Pero si bien a Sheinbaum le es muy conveniente dejarse ver cercana y, casi sumisa, con el presidente, que sigue siendo el líder real del movimiento político que la postuló y tiene aún una enorme fuerza e influencia, al que mejor le viene esa “transición ordenada y fraterna” que califica de inédita, es al presidente López Obrador. No sólo porque con esas giras compromete y aconseja a su sucesora a continuar con todos sus programas, obras y proyectos, por más costosos, opacos e ineficientes que resulten, sino porque también de paso demuestra con esos recorridos quién sigue teniendo el mando real en su partido.
Porque en el fondo, sin cuestionar la conveniencia de una transición de poderes y de gobierno tranquila y civilizada, quizás tampoco sea lo más conveniente para la República y para los mexicanos que haya un traspaso tan “acaramelado” del poder. Porque parece que, detrás de los elogios, los reconocimientos mutuos y hasta las expresiones de cariño fraterno que se dispensan el Presidente y su sucesora, lo que se asoma no es sólo una peligrosa sumisión, al menos hasta ahora, de la futura Presidenta, sino también una relación de tanta cercanía y afecto, que por momentos se acerca más a la complicidad que a la institucionalidad.
¿O qué va a pasar si, ya sea en la transición o cuando arranque su gobierno la doctora encuentra que sí hubo irregularidades graves, corrupción o sobrecostos ilegales en las grandes obras y programas del actual gobierno? ¿Lo denunciará y perseguirá o, por la lealtad y fraternidad que tiene hacia su antecesor se quedará callada y tapará posibles quebrantos al erario público?
Si eso pasa, la transición que hoy tanto celebra y disfruta el presidente López Obrador ya no tendría nada de “inédita”, porque hasta ahora sería como cualquier otra de las transiciones de poder que hemos tenido a lo largo del presidencialismo mexicano: una en donde el sucesor le cubre las espaldas (y le salva el pellejo y la cabeza) a su antecesor, justo lo que hicieron todos los presidentes del viejo régimen del PRI, los dos mandatarios del PAN y lo mismo que hicieron los presidentes priistas y panistas, que se cubrieron las espaldas entre ellos.
Así que, ante tantos autoelogios y cebollazos, vale la pena preguntarse si lo que estamos viendo los fines de semana será sólo una transición “ordenada y fraterna” o es más bien el comienzo de un nuevo “pacto de impunidad” transexenal, entre AMLO y Sheinbaum, de esos que conocemos muy bien los mexicanos… Batimos los dados. Serpiente Doble. Se viene fuerte la semana.