Un Presidente que sólo habla con los suyos
Justo ayer que concluyó, entre gritos y sombrerazos la penosa 65 Legislatura del Congreso de la Unión, el presidente López Obrador citó en Palacio Nacional a los diputados y senadores de Morena y a los de sus esbirros del PT y el PVEM, para hacerles una “despedida” y agradecerles los favores recibidos con la aprobación de leyes “fast track”, con fallas de técnica legislativa y sin consultar en muchos casos a los ciudadanos.
Aunque varias de esas reformas secundarias y constitucionales que le aprobaba ciegamente la mayoría de su partido en las dos cámaras federales terminaron derogadas y declaradas inconstitucionales por parte de la Suprema Corte, el Presidente sabe muy bien que tuvo en las bancadas de la 4T a legisladores serviles, agachados e incondicionales que, con el pretexto de su lealtad política, antepusieron los intereses políticos y los caprichos presidenciales a las normas parlamentarias y, en varios casos, a los intereses y derechos de los ciudadanos.
Por eso el agradecimiento de López Obrador a sus diputados y senadores está más que justificado, porque igual que lo hicieron en su momento las mayorías del PRI y las del PAN después, los legisladores de Morena terminaron actuando no como representantes de uno de los tres Poderes del Estado Mexicano, sino como empleados y subordinados del presidente que lo mismo aprobaban los presupuestos sin moverles ni una cifra, que pasaban leyes y reformas delicadas al vapor y sin modificar una sola coma de lo que les pedía su jefe político.
Al final la legislatura que termina no será necesariamente una de las más memorables para el país. Su desempeño estuvo marcado por la polarización política, la falta de acuerdos por incapacidad y falta de oficio de los coordinadores parlamentarios y, sobre todo, por una marcada injerencia ilegal e inconstitucional del Presidente que no sólo daba “línea” a sus diputados y senadores, al viejo estilo del PRI, sino que abiertamente interfería en las labores del Congreso obligando a sus bancadas a no hacer su trabajo y frenar nombramientos para varios órganos autónomos como el INAI o el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación.
Al mismo tiempo que amenazaba y presionaba a sus legisladores, el presidente López Obrador atacaba y denostaba un día sí y otro también a los diputados y senadores de la oposición a los que no recibió ni una sola vez, como partidos y bancadas, en el Palacio Nacional, algo que sí solían hacer los presidentes priistas y panistas que igual les daban “línea” a sus bancadas legislativas, pero tenían la educación y la cortesía política de invitar a reunirse y a dialogar en varias ocasiones a las bancadas opositoras.
En ese sentido el presidente López Obrador terminará siendo el más antidemocrático de los mandatarios mexicanos de la era contemporánea. Porque siendo el Presidente de todos los mexicanos y el Jefe del Estado, siempre actuó y se condujo como si fuera sólo Presidente para los de Morena y para sus fieles seguidores y simpatizantes. Nunca se dignó dialogar ni invitar a su fastuoso Palacio a los dirigentes de los partidos de oposición, mucho menos a sus bancadas y por el contrario siempre se refería a ellos con desprecio, con adjetivos y con descalificaciones.
El único intento fallido de diálogo con los opositores en este gobierno lo encabezó en 2023 el entonces secretario de Gobernación, Adán Augusto López, quien ofreció una mesa de diálogo al PAN para analizar juntos temas y problemáticas de la agenda nacional. El representante panista para ese fallido diálogo era Santiago Creel, que estuvo en un par de ocasiones en el Palacio de Bucareli para esbozar una agenda mínima de conversaciones con el gobierno de López Obrador, pero al final todo quedó en una intención fallida, porque las aspiraciones de Adán Augusto para ser candidato de Morena terminaron reventando el diálogo antes de que siquiera tomara forma.
Fuera de esa ocasión y de alguna vez que invitó a senadores de la oposición a algún evento en Palacio Nacional, el tabasqueño siempre tuvo una política de “puertas cerradas” para la oposición y para sus bancadas legislativas. Eso sí, a los de Morena los recibía siempre al inicio y al final de los periodos legislativos para apapacharlos y al mismo tiempo para darles la “línea” de lo que tendrían que aprobar sin chistar, sin pensar y en muchos casos sin siquiera leer las iniciativas y reformas que le votaban siempre a favor al Presidente.
Al final lo que refleja la actitud de Andrés Manuel López Obrador, además de su autoritarismo antidemocrático y su fanatismo del jefe político de su partido, que prometió hasta el cansancio que no sería, es también el desprecio que siempre ha sentido hacia los cargos legislativos. Ese desprecio y menosprecio por el trabajo legislativo ni siquiera es de este sexenio.
En 2009, para las elecciones intermedias de aquel año, después de que había pasado su plantón en Reforma, su denuncia de fraude y su “presidencia legítima”, la dirigencia nacional del PRD, dominada por Los Chuchos, le ofrecieron que se presentara como candidato a diputado federal y fuera líder de la bancada perredista en aquellos comicios. Pero Andrés Manuel se negó y dijo que a él no le interesaba ser diputado, ni siquiera coordinador. ¿Por qué?, le preguntaron. “Es un cargo que la gente desprecia, los ven como levantadedos, es un cargo indigno”, respondió el ahora Presidente.
Por eso se entiende por qué trató como trató a los diputados y senadores de las dos legislaturas que le tocaron en su sexenio, tanto a los morenistas, a los que les dio trato de criados y subordinados, como a los opositores, a los que de plano ni los vio ni los oyó durante todo el sexenio. Nomás que a los suyos sí los invitó a Palacio para despedirlos y de paso agradecerles al puro estilo del general Agallón Mafafas. “Muy bien muchahitos, muy bien muchachitos”… Ruedan los dados. Capicúa. Se repite el tiro.