Vuelve el centralismo en las elecciones
A partir de reconocer que los triunfos de Morena en las elecciones, tanto estatales como federales, siguen siendo resultado más de la imagen y la aprobación de López Obrador, que de una estructura partidista sólida o eficiente, los resultados del pasado domingo en los seis estados que renovaron gubernaturas y otros poderes locales, confirma la tendencia creciente de un regreso al centralismo en la vida política del país, en donde los comicios locales se definen ya no por las dinámicas estatales o regionales, sino por una lógica totalmente central.
Porque en estas elecciones, igual que sucedió en las de 2021 en 15 estados del país, la figura del presidente aparece jugando un papel fundamental en la competencia estatal y, sin estar en la boleta, las votaciones en los estados se convierten en una especie de plebiscito en el que los electores contrastan la imagen presidencial contra la del gobernador saliente y su candidato. Por ejemplo, en Tamaulipas, la contienda se resolvió, más que en términos de los candidatos de Morena o de la Alianza Opositora, en términos del presidente López Obrador contra el gobernador panista Francisco García Cabeza de Vaca; algo parecido ocurría en Oaxaca, Hidalgo y Quintana Roo.
En ese sentido el presidente vuelve a ser el eje y factor en la vida política del país, por encima de intereses, problemas y dinámicas locales y regionales. Ese fenómeno de un centralismo político que va arrasando el poder en los estados, al pasar Morena de 0 a 22 gubernaturas de 2018 a la fecha, va configurando no sólo la presencia de una nueva fuerza política dominante a nivel nacional, sino también una versión actualizada del Partido de Estado que antes fue el PRI y ahora es Morena.
En esa lógica centralista en la que se dirimieron estos comicios, a los gobernadores priistas les gana su cultura institucional y presidencialista y se rinden ante el poder del presidente, mientras negocian políticamente ya sea por posiciones (embajadas, consulados o cargos) o por protección para su séptimo año. Al final, lo que están haciendo la mayoría de los gobernadores priistas, al no enfrentarse a López Obrador y entregar sus estados sin siquiera pelarlos, no es sino aplicar la misma estrategia y la lógica que siguió el último presidente surgido del PRI: Enrique Peña Nieto, que prefirió pactar y entregar el poder para negociar su tranquilidad e impunidad.
Muy distinto ocurre con los estados que gobierna el PAN, donde los gobernadores resistieron más el embate del poder central en estos comicios. Aguascalientes y Durango, y aun Tamaulipas, donde la diferencia con la que ganó Morena es de menos de 7 puntos, la menor de las 6 elecciones del domingo, son el mejor ejemplo de cómo sí se puede enfrentar al centralismo de López Obrador y la 4T.
Al final, diría el clásico, "haiga sido como haiga sido", es un hecho que en el nuevo mapa político después de las votaciones del pasado domingo, el dominio político del lopezobradorismo y de Morena, que ya gobierna a 22 estados en apenas 4 años, se va afianzando.
Vienen el próximo año los comicios en el Estado de México y Coahuila, dos estados más que apetecibles para el presidente y su partido, el primero por ser el mayor padrón electoral del país y el segundo, por puro orgullo y porque se la ha resistido a la 4T. Si el PRI y su alianza con el PAN no pueden retener esos dos últimos bastiones que le quedan al priismo, estaríamos enfilándonos hacia la reedición del gobierno de un solo partido y del partido de Estado, y hacia la continuidad de la 4T en el 2024.