El malabarista plateado lleva el arte a las calles
Efrén Gómez, originario del Estado de México, encontró en el arte callejero no sólo una forma de expresión, sino un modo de vida.
Desde hace más de 13 años, se dedica a sorprender a los transeúntes con sus malabares y su peculiar estética, una que mezcla el brillo metálico de su cuerpo pintado, y su destreza con objetos que parecen desafiar la gravedad.
Aunque vive en Puerto Peñasco con su esposa e hijos, su arte lo lleva a recorrer diversos municipios, y en sus viajes a lugares, como Mexicali, Tijuana y Hermosillo, ha cosechado no sólo monedas y sonrisas, sino también momentos de conexión humana que considera lo más valioso de su trabajo.
Para Efrén, llegar a Hermosillo fue una nueva aventura. Desde que comenzó a trabajar en el arte callejero, ya había pasado por varias ciudades, pero para él, la capital sonorense tiene un algo especial. "Es una ciudad tranquila y pacífica, bendecida por Dios", comentó con una sonrisa.
Lo que más le agrada, además de la paz que se respira, es la reacción de la gente. Para Efrén, la verdadera recompensa no es sólo la moneda que le dejan en la caja, sino las sonrisas que genera, sobre todo cuando alguien, ya sea niño o adulto, se detiene y muestra asombro.
"Lo que más me gusta del arte callejero es ver a la gente sonreír", dijo Efrén. "A veces, vemos a alguien que anda triste o cabizbajo, y con nuestras actuaciones, con nuestros malabares, les sacamos una sonrisa. Eso es lo más bonito de todo esto".
La magia de la pintura metálica
Uno de los aspectos más llamativos del show de Efrén es su particular vestimenta. Siempre cubiertos con pintura plateada, como si fueran robots o seres de otro mundo. Esta imagen es el resultado de un ritual de preparación que toma unos minutos. "Nos pintamos con una crema plateada, también en el cabello, y así quedamos listos para salir a la calle", explicó.
A pesar de lo llamativo de la pintura, Efrén aseguró que el proceso es rápido y fácil. "Es como si fuera una crema, nos la untamos y ya, a veces hasta cinco minutos, y listo".
Este peculiar look es parte esencial del show que presenta a diario. Pero lo que realmente sorprende, es la habilidad de Efrén y su hijo para hacer malabares y acrobacias, que incluyen el encendido de antorchas que dejan a los niños y adultos boquiabiertos.
"Cuando prendemos el fuego, se quedan sorprendidos. Ver la cara de un niño es algo increíble", expresó.
Un arte de constancia
El arte de la calle, aunque puede parecer espontáneo, requiere mucha dedicación y práctica. Efrén recuerda que cuando comenzó, le costó mucho aprender las acrobacias y malabares. "Me costó trabajo, pero con práctica, todo se logra. Después de tres meses ya estaba subiéndome a la escalera, que también es un paso difícil".
Su hijo, mucho más joven cuando comenzó a entrenar, aprendió rápidamente, pero como toda disciplina, la práctica constante es la clave. "A veces estamos practicando todo el día. No es sólo cuestión de aprenderlo, es cuestión de perfeccionarlo", comentó Efrén.
El arte callejero, para Efrén y su familia, es más que un pasatiempo: es un modo de vida. De su trabajo en las calles dependen, y aunque algunos lo ven como algo improvisado o efímero, él sabe que es una forma legítima de ganarse la vida. "Es bonito porque no estamos esperando que algo caiga del cielo. Nosotros mismos estamos haciendo lo que podemos para sobrevivir, para sacar adelante a la familia".
Efrén y su familia son un ejemplo de cómo el arte puede convertirse en una fuente de sustento, pero también en una forma de compartir algo positivo con los demás. A pesar de los desafíos, lo que les da energía es la conexión con las personas. "Lo que más agradecemos es el apoyo de la gente. No solo la moneda que nos dan, sino las palabras, los ánimos, las bendiciones. Eso nos da fuerza para seguir".