Urska conoció a la nación comcáac y nunca más volvió a Eslovenia
Úrsula es una mujer proveniente de Eslovenia, que en sus múltiples viajes visitó Punta Chueca, y se familiarizó con la cultura de la comunidad comcáac, hasta el punto de formar una familia.
Urska Sefic es su nombre original, pero al trasladarse a México lo adaptó a Úrsula. Desde hace 13 años vive con su pareja, a quien se refirió como Pancho, además de tener dos hijos y seis perros, uno de los canes fue nombrado como Thor.
Hoy disfruta del contacto con la naturaleza y se preocupa por mejorar las condiciones de la comunidad. A veces ayuda con impresión de documentos a la gente que se lo pide y otras veces haciendo un conteo de perros y gatos callejeros para mantener un control.
En su casa tienen un par de cabañas que rentan a viajeros que, como Úrsula, llegan allí en busca de lo desconocido.
“Quería conocer a una etnia indígena y como leía muchos libros de Carlos Castañeda, veía que muchos pueblos originarios andan en la búsqueda espiritual de sí mismos y allá en Europa no había de donde agarrar”, contó.
Carlos Castañeda fue un autor peruano que narró sus experiencias, controversiales en muchas ocasiones, con chamanismo y otras formas esotéricas propias de los pueblos originarios del continente americano.
En el 2000, Úrsula llegó a México cuando tenía 28 años de edad, y luego de tres días en la capital del país tomó rumbo hacia el norte, pero en vez de encontrar a los Yaquis, que era la etnia que quería visitar, fue recibida por los comcáac.
“Yo no conocía nada, ni hablaba español, pero agarré el mapa y dije: por aquí va a ser; y vine. En lugar de los yaquis conocí al pueblo comcáac, lo cual creo que fue mejor porque en el primer encuentro conocí a quien hoy en día es mi suegro, ‘El Chapito’, que entonces era chamán. Lo curioso fue que antes de conocerlo, tres días antes, lo soñé y se hizo realidad. Esa fue una señal para mí”, narró.
Ella pasó un mes en Punta Chueca, periodo durante el cual realizaba caminatas por el desierto. Tuvo que irse cuando se le acabó el dinero, así que volvió a la Ciudad de México y consiguió trabajo como maestra de inglés.
Cuatro meses después, debido a que el salario que recibía no era suficiente, partió a Veracruz a trabajar como mesera. Así comenzó un periodo de traslados y cambios para Úrsula: durante esos días aprendió a hacer artesanías y malabares con fuego.
Estas dos actividades fueron su sustento durante los siguientes 8 años. Trabajaba en hoteles ubicados en Cabo San Lucas.
Su vida dio otro giro cuando decidió deshacerse de todas sus pertenencias e ir a vivir a Sayulita, Nayarit. Allí, el destino parecía hablarle directamente.
“Terminé en Sayulita, Nayarit y empecé a soñar otra vez al ‘Chapito’, me estaba llamando y yo decía ’no puedo ir, está muy lejos’. En esa época estaba con un grupo aprendiendo danza africana. Se organizó un taller en Tepic, pero una amiga se adelantó y nos avisó que movieron el evento a Hermosillo; yo pensé, ‘¡qué cab… el Chapito!’, cuando llegué conocí a Pancho”, relató con alegría.
Cuando Úrsula se fue de su país, hace 23 años, no le dijo a sus padres, lo hizo hasta que decidió no volver. A su padre no le sorprendió, pues cuenta que desde pequeña sentía atracción por una vida más cercana a la naturaleza.
“Estudié diseño gráfico, pero desde chiquitita sentía mucha conexión con la naturaleza, me atraían los pueblos indígenas.
"Mis padres siempre nos llevaban en las vacaciones de verano a un pueblito en Croacia que se llama Bale, es un pueblito de los romanos antiguos. Ahí estuvimos dos meses todos los veranos y estaba en contacto con la naturaleza y era libre de hacer lo que quisiera. Muchas veces iba a la playa yo sola a platicar con la luna, cosas así. Nunca me sentí parte de Europa”, expresó.
Úrsula habla varios idiomas, como esloveno, croata, inglés, español, italiano, francés y alemán, y a pesar de tener una habilidad para el aprendizaje, no habla la lengua de los comcáac, pues no comprende la pronunciación, escritura y otros aspectos de este lenguaje.
Compartió que extraña la danza africana y hacer acrobacias con fuego, mientras bromeaba sobre que sus labores diarias son más demandantes actualmente que en su último trabajo en Eslovenia, donde era productora de televisión.
“Estoy satisfecha, contenta y feliz. Desde niña sabía que me iba a ir a un pueblo nativo. No cambiaría nada. Aprendí a vivir con mis manos, conocí a mucha gente y aprendí a no juzgar. Todos pasamos por cosas, algunos por cosas más difíciles o que no pueden manejar. Quienes sí podemos, somos afortunados”.