Thelma renace del dolor; la familia fue su motivación
En 2013, a Thelma Fornes Negrete le diagnosticaron cáncer de seno a los 39 años. Era madre de tres hijas y trabajaba en el Colegio de Bachilleres (Cobach). Siempre se había considerado una mujer saludable, sin hábitos como fumar, beber o desvelarse. Sin embargo, comenzó a experimentar mareos y fatiga extrema. Los médicos inicialmente atribuyeron sus síntomas al estrés, aunque Thelma ya había notado una pequeña bolita en su seno. La falta de preocupación vino, en parte, por las conversaciones con amigas, quienes le decían que esas bolitas eran de grasa, posiblemente causadas por la lactancia. No obstante, semanas después, la bolita creció, y aunque los síntomas que sentía no estaban relacionados directamente con el cáncer, su cuerpo le indicaba que algo no andaba bien.
Decidida a investigar más a fondo, Thelma acudió al ginecólogo y solicitó una mamografía, pero el médico le aseguró que no era necesario, ya que las bolitas de grasa eran comunes en mujeres de su edad y que una mamografía no era apropiada en ese momento. En su lugar, le indicaron un ultrasonido. Durante el examen, algo inesperado sucedió: el radiólogo llamó a otros médicos y pronto tres profesionales estaban revisando sus imágenes. Preocupada, pero sin perder la calma, Thelma accedió a realizarse una mamografía, a pesar de que no tenía la orden médica. Después de tres pruebas, fue remitida a un oncólogo.
El impacto emocional de esa consulta fue devastador. “Jamás pensé que me sentaría en la oficina de un oncólogo”, confiesa. El doctor Selestino García Mendoza, a quien describe como un ángel, fue quien le dio la noticia: había algo maligno en su seno, pero necesitaban operarla para ver la magnitud del problema. Cuando abrieron, el tumor se encontraba en etapa dos y la metástasis había llegado a los ganglios de las axilas.
Comenzó un tratamiento intensivo de quimioterapia con sesiones cada 21 días, las más agresivas, las llamadas 'quimios rojas'. Estas sesiones la dejaron debilitada, con pérdida de cabello, náuseas y dolores intensos. Tras completar el ciclo de quimioterapia, Thelma tuvo que someterse a 50 radiaciones que le quemaron la piel, especialmente en el área del seno. Aunque el tratamiento la estaba ayudando a combatir el cáncer, las secuelas físicas y emocionales fueron profundas.
Al terminar con las radiaciones, continuó un año más con quimioterapias menos agresivas, pero el agotamiento emocional persistía. Thelma describe su experiencia como una lucha contra un monstruo invisible, uno que no podía ver ni tocar, pero que sentía en cada célula de su cuerpo. “El cáncer no es una sentencia de muerte”, reflexiona, aunque admite que durante su proceso enfrentó miedos intensos, dudas y un torrente de emociones que incluían miedo, coraje y tristeza.
El apoyo de su familia fue crucial. Sus tres hijas, su esposo, sus hermanas, su madre y sus amigas nunca la dejaron caer. “Lloraba mucho, pero siempre sacaba fuerzas de mis hijas”, recuerda. Las emociones eran abrumadoras, pero su estado de ánimo fue clave para enfrentar cada etapa del tratamiento.
A pesar de haber terminado con las quimioterapias más agresivas y radiaciones, Thelma sigue en constante vigilancia médica. Aunque el cáncer se considera 'dormido', sabe que siempre estará en remisión y debe seguir monitoreando su salud. Aún tiene miedo de que la enfermedad pueda regresar, pero vive con la esperanza de que no despierte. “Todavía sigo en la lucha”, concluye, consciente de que cada día es una batalla ganada.