Cambio de régimen… y de identidad

"Cambio de régimen… y de identidad", escribe Carlos Marín en #ElAsaltoalaRazón

Mientras la 4t cocina un cambio de régimen para convertir al país en “república popular”, el Gobierno de CdMx pone su granito de cursilería para implantar un “himno” que desdibuja la identidad de la capital.

Sin la marcialidad habitual en ese tipo de cánticos porque este “se aleja de los temas bélicos” (según la secretaria de Cultura, Claudia Curiel), lo presentado la semana pasada está plagado de tonterías y no sólo exalta lo “guerrera mística” sino elogia la “guerra florida” que los tenochcas hacían a los tlaxcaltecas con el siniestro fin de hacer prisioneros para sacarles el corazón y desollarlos en el Templo Mayor.

Sin estructura, la música es una amalgama de ideas melódicas que, sin hacer puentes, brincan de una forma a otra. Es un pozole de formatos con mezcla de instrumentos que se quiere suenen prehispánicos pero mezclados con los de una moderna orquesta sinfónica. ¿Resultado?: pura estridencia.

Los himnos representan un concepto, una manera de organización, un sentido de pertenencia, una forma de percibir una identidad y una cultura, pero la letra de este “himno” desparrama una hilarante confusión conceptual:

Se quiso “poéticamente” ensalzar sólo la raíz indígena de la metrópoli falseando 700 años de historia porque nada más remite a los primeros y únicos 196 años de Tenochtitlan sin aludir a nada de los 300 de la era colonial ni de los 214 transcurridos desde la Independencia.

Leer para creer:

Ciudad de México, espejo mágico, llevas en tu nombre el ombligo de la luna. Calles, serpientes, canales de fuego, de aire, de asfalto. Circulación sanguínea, movimiento perpetuo.

Ciudad de México, espejo lúcido, cercado cósmico, Guerrera mística, precipicio horizontal. Turquesa, agua preciosa, tuna de piedra, nopal divino. Nocturna, sueño latente, ciega vidente, ciudad milagro.

Grita, grita, águila erguida. Agua quemada, guerra florida. Vuela, vuela, sigue tus rumbos. Cuatro caminos cruzan el centro. Se tuerce, se encorva, buscando su armonía.

Ciudad de México, espejo lúcido, cercado cósmico, Guerrera mística, precipicio horizontal.

Caos, caos, caos, caos es tu armonía. Orden, orden, orden desbordado. Serpiente emplumada en el segundo piso, duplicada.

Abarcas todos los colores del cosmos. En tanto dure el mundo, no acabará la fama y la gloria de Méshico, Tenochtitlán, Ciudad de México.

Perlario de insensateces:

¿No todo lo que circula se mueve? No hay espejos inteligentes, perspicaces ni sagaces; el cosmos no puede cercarse; tampoco existen los “precipicios horizontales” ni se pueden esconder los sueños.

¿Con lo del “agua quemada” pudieron decir vapor? ¿De veras lo caótico es armónico? “Orden y progreso” buscaba el porfiriato y su desbordamiento provocó la Revolución.

¿Y Quetzalcóatl al servicio de la cuarta transformación trepándose a su “segundo piso”?

Habría sido menos penoso marcializar versos de Mi ciudad, San Juan de Letrán y Primera calle de La Soledad, de Jaime López, Guadalupe Trigo y Sergio Esquivel, que presumir un fiasco. O sea: No mamy blue…