Festejos e incertidumbre tras 'muerte súbita' de Bashar al Asad
"Festejos e incertidumbre tras 'muerte súbita' de Bashar al Asad", escribe Irene Selser en #Entrevías
En 11 días, y cuando la atención mundial seguía puesta en la frágil tregua entre Israel y Hezbolá, en Líbano, el grupo militante islamista Hayat Tahrir al Sham (HTS, Organización para la Liberación del Levante), comandado por el exdirigente de Al Qaeda, Mohamed al Golani, se hizo con el control de las principales ciudades de Siria hasta tomar Damasco, la capital. Con esto se puso fin el domingo a la cruenta dinastía de la familia Al Asad, de la minoría étnica religiosa alauita (una rama de los chiítas), en el poder desde hace 53 años a nombre del Partido Baaz Árabe Socialista. Primero fue el militar y político Háfez al Asad (1917-2000) y a su muerte lo sucedió su hijo, Bashar al Asad, hoy refugiado en Rusia junto a su familia.
Son varias las razones que explican el súbito desmoronamiento del régimen de Al Asad, aunque el país llevaba 13 años sumido en una cruenta guerra civil, con ocho millones de desplazados internos, cinco millones de refugiados en el extranjero, en su mayoría en la vecina Turquía y más de 500 mil muertos en una nación de 23 millones de habitantes. La guerra inició en 2011, en el marco de la Primavera árabe, cuando una manifestación pacífica y prodemocracia fue reprimida con brutalidad por Bashar al Asad. Con apoyo de Rusia e Irán, también chiíta, Al Asad logró controlar 70% del territorio, permaneciendo las fuerzas de oposición asentadas en el noroeste del país en un estado de “punto muerto”, entre ellas el grupo HTS de Al Golani.
Pero en el último año, en el marco de la guerra entre Israel, Irán, Hamás y Hezbolá, nuevos factores intervinieron en el reavivamiento del conflicto, entre ellos el estado ruinoso de la aviación siria, el agotamiento y los salarios de hambre de los soldados, el retiro de Rusia de buena parte de equipo y personal militar que tenía en Siria para desviarlo a Ucrania, la imposibilidad de Irán de seguirle suministrando armas y asesores militares a Al Asad por la vigilancia de Washington e Israel y las promesas de “tolerancia y apertura” a los ciudadanos sirios de parte de la alianza rebelde, no obstante el perfil yihadista sunita de línea dura de la oposición armada.
La nueva ofensiva contra el régimen de Al Asad contó con el apoyo de Turquía y una coalición de grupos armados. Todavía el sábado, los cancilleres de Turquía, Rusia, Irán y los Estados árabes se reunieron en Doha, Qatar, para intentar contener la revuelta contra Asad y evitar el caos que podría derivarse con su destitución. Al respecto, conviene leer el análisis de Steven Erlanger en el New York Times (https://www.nytimes.com/es/2024/12/09/espanol/mundo/siria-assad-medio-oriente-analisis.html) sobre los entretelones de una caída de la que también estuvo al tanto Washington y cuyo desenlace es tan incierto como el futuro de Medio Oriente o, más ampliamente “del Levante”, la región de diez países que quiere “liberar” el líder de la revuelta, Mohamed al Golani (42), cuyo nombre real que ha vuelto a usar en estas horas es Ahmed al Sharaa.
Considerado un terrorista por la ONU y Estados Unidos que continúa ofreciendo una recompensa de 10 millones de dólares por su captura, el nombre de guerra de Al Golani alude al Golán sirio, una meseta rocosa en la frontera entre Siria e Israel, ocupada por este país en 1967 y anexada unilateralmente en 1981. De los Altos del Golán es oriunda la familia de Al Sharaa, si bien este nació en Riad, Arabia Saudita, en 1982, lo mismo que el fundador de Al Qaeda, Osama bin Laden.
Al Sharaa tenía 19 años cuando Bin Laden orquestó los atentados del 11 de septiembre de 2001 contra las Torres Gemelas de Nueva York, lo que dio pie a la “guerra contra el terrorismo” del presidente George W. Bush y las subsecuentes invasiones de Afganistán en ese mismo año y de Irak, en 2003, donde un Al Golani ya radicalizado luchó contra las tropas estadounidenses. Capturado, pasó cinco años en varias prisiones, entre ellas en el infierno iraquí de Abu Ghraib, bajo control de Estados Unidos. Liberado, regresó a Siria donde fundó la rama local de Al Qaeda.
En 2014, en plena rebelión contra Al Asad, Al Golani le dijo a un periodista de la cadena qatarí Al-Jazeera que se oponía a las conversaciones de paz en Ginebra para poner fin al conflicto, que su meta era ver a una Siria gobernada bajo la ley islámica y que “no había lugar para las minorías alauita, chiíta, drusa y cristiana” del país. Sin embargo, ajustó su discurso en 2016, cuando rompió públicamente con Al Qaeda en un video a cara descubierta, proyectándose como una figura moderada en pro de una “Siria institucional”, una postura que ratificó en días pasados en entrevista exclusiva con la cadena CNN previo a la caída del ya desvencijado régimen de Al Asad y que también vale la pena consultar (https://cnnespanol.cnn.com/video/jolani-rebelde-sirio-entrevista-exclusiva-trax).
En Israel, el premier Benjamín Netanyahu saludó como un hecho “histórico” la caída de su enemigo Al Asad, al que calificó de “eslabón central” del “eje del mal” dirigido por Irán y dijo que su fin es el “resultado directo” de los golpes que su gobierno infligió a Irán y a su aliado libanés Hezbolá. Pero la prensa israelí especulaba sobre el rumbo de los acontecimientos en Siria, preguntándose qué podría ser “menos peor”: que en la frontera común haya “extremistas yihadistas chiítas apoyados por Irán o yihadistas sunitas apoyados por Turquía”. “Como la respuesta no es ninguna de las dos, la actitud de Israel ante los acontecimientos en Siria será la de mantenerse al margen de la refriega mientras sus intereses de seguridad no se vean amenazados de manera directa o inmediata”, según opinó el periodista Herb Keinon.