90% lealtad, 10% capacidad
"90% lealtad, 10% capacidad", Escribe Antonio Rosas-Landa Méndez en #ColaboraciónEspecial
HICAGO, Illinois.– Hace cuatro años, el Presidente de México delineó su filosofía para incorporar gente a su equipo de gobierno. Al designar al joven Ángel Carrizales a una posición en el gobierno respondió a las críticas que señalaban falta de experiencia. “Lo que me importa (en un candidato) es 90% honestidad y 10% experiencia”, dijo.
Esta visión fue implementada a lo largo de su administración con colaboradores que más que honestidad entregaron lealtad ciega, sino complicidad. El caso de Pemex es ilustrativo, un agrónomo-político frente al gigante petrolero derivó en pérdidas por un billón 28 mil 415 pesos en los primeros cuatro años del obradorato.
Recientemente, fuimos testigos de las ternas de candidatas para ocupar una silla en la Suprema Corte de la Nación, propuestas plagadas por militantes en un proceso que culminó con la designación de Lenia Batres, una mujer sin experiencia en Derecho constitucional, ni como juez, que, sin embargo, expresó orgullosa su lealtad a la agenda del Ejecutivo sobre el Judicial en lugar de compromiso con la Constitución.
Rodearse de mediocres, radicales y pusilánimes refleja el deseo del líder a consolidar su poder, hacer rey al tuerto en tierra de ciegos. Y los que sí pueden ver, fingen ceguera para que el tuerto los lidere hacia la transformación que deja prebendas políticas y corrupción masiva ante la poca transparencia.
Por ello, permítame compartir esta historia que ejemplifica mi encuentro con un personaje que demandaba, como el tuerto, lealtad total.
En mi empleo más reciente fui estratega de comunicaciones del Poder Legislativo de Illinois. Se trata de un legislador a quien llamaré “Mr. S”, un personaje de pésima reputación por sus prácticas políticas. Un día, el tipo enfureció porque no obtuvo la cobertura mediática que deseaba. Peor aún, el espacio en televisión lo ocupó una compañera de bancada con quien tenía pugnas internas.
El sujeto armó un escándalo y me culpó de su incapacidad para comunicar y demandó una junta en la que estaríamos solos a puerta cerrada. Ante la impericia de mi supervisora, fui instruido a reunirme con él. Cuando cerró la puerta, me acusó de causar su infortunio, ¡You Fucked me! gritó sin evidencia.
Cual hampón, me presionó para aceptar falsedades y soltó lo que realmente quería comunicar, “yo aprecio más la lealtad que el buen desempeño”. Es decir, buscaba que le “besara la mano” y jurara leal tad apelando a su perdón (que no necesitaba) para recibir su gracia (que no deseaba). Resistí y no acepté las presiones defendiendo mi integridad profesional.
Meses más tarde, “Mr. S” fue acusado por autoridades federales de recibir sobornos por 250 mil dólares, y mentir en sus declaraciones de impuestos. Este corrupto, que demandaba obediencia, fue parte de una red de delitos que aún siguen discutiendo las cortes de Illinois. Para vergüenza de una comunidad trabajadora y honesta, “Mr. S” era mexicoamericano, quien evadió pisar la cárcel al enfermar de Covid y morir. El virus le arrancó la vida y también les negó justicia a los residentes de Illinois.
Demandar lealtad absoluta no conduce necesariamente a corruptelas, pero pavimenta un sendero amplio para que ocurran, sobre todo cuando abunda la discrecionalidad. El tuerto que exige ceguera en otros es inherentemente pequeño y lastimero. En un sistema democrático de leyes, quien es deshonesto debe enfrentar la justicia, se trate de quién se trate, no menciones en conferencias matutinas plagadas de mentiras y ocurrencias.
Cuando se tiene una responsabilidad pública el compromiso debe ser con la ciudadanía, no con el caudillo en turno, aunque mucho vocifere. México no necesita ciegos ni tuertos, incompetentes o cínicos, sino ciudadanos comprometidos que construyan un mejor país en un marco constitucional y democrático.