Zambada: Secuelas y consecuencias
"Zambada: Secuelas y consecuencias", escribe Marcela Gómez Zalce en #ColaboraciónEspecial
El delincuente más buscado se movía con absoluta impunidad y libertad.
El conjunto de acciones llevadas a cabo dentro del contexto bilateral en la esfera criminal cuyo objetivo logró una meta específica y limitada, derivaron en un éxito quirúrgico; la entrega-captura del capo "Mayo" Zambada y del vástago del "Chapo" Guzmán que hoy enfrentan a la justicia estadunidense por un sinfín de delitos contra la salud. Las lecturas y versiones detrás de la efectividad de una operación táctica operativa han sido variadas y contradictorias. Lo innegable es el descomunal desconcierto del gobierno de López Obrador que no ha tenido los datos y otros datos de la excelsa captura-entrega-detención.
El vaso estadunidense hace años está al tope por las omisiones, complicidades y corruptelas que navegan en la balsa de impunidad mexicana.
El estrepitoso fracaso de los abrazos y la realidad del cogobierno entre organizaciones delincuenciales y autoridades de los tres niveles de gobierno se reduce a la fotografía del intocable capo sinaloense cuyos vasos comunicantes transversales movieron por décadas drogas, dinero ilícito en sobornos y lavado. La hidra del cártel de Sinaloa, empoderado como nunca en esta administración logrando poner en jaque no sólo a regiones enteras de México sino a ciudades en los Estados Unidos, llega a su punto de inflexión.
El delincuente más buscado se movía con absoluta impunidad y libertad, se sabía protegido. No hay discurso o conferencia que pueda justificar lo injustificable.
Quizá si los aparatos de inteligencia cuatroté estuvieran concentrados en hacer su trabajo y no en perseguir a adversarios y críticos del régimen, el Presidente —que todo lo sabe— hubiera contado con información sensible en tramos que deben ser del control del Estado mexicano.
Sin embargo, la desinformación, confusión y el deficiente manejo de la crisis ha sido pilar de la narrativa de un gobierno cuyos traspiés dan la vuelta en redes y posiciona al régimen en el epicentro del ridículo enmarcado de la profunda desconfianza del gobierno estadunidense, llámese republicano o demócrata.
Compleja la coyuntura de la entrega-captura. El timing sin coincidencias para quemar el cartucho Zambada-Guzmán justo en el torbellino electoral por la silla de la Casa Blanca y la transición entre Sheinbaum y López Obrador. El hecho exhibe, una vez más, que las agencias de los Estados Unidos conocen perfectamente la red de vínculos del entramado criminal político castrense mexicano.
No hay maroma, discurso ni distractor que oculte lo inocultable. En poco tiempo comenzará el quid pro quo bilateral y la presión por la información que yace en la burbuja del cártel que hoy oscurece el sueño de diversos actores en México tanto del pasado como del presente.
Habrá que sumar el resultado de la próxima audiencia de García Luna agendada para la primera semana de octubre. Tiempos difíciles se avecinan para el gobierno saliente y entrante.
Las señales legislativas para destruir los contrapesos, la terquedad de no buscar consensos para la Reforma judicial, el desaseo de la sobrerrepresentación legislativa, el tufo podrido de un escenario económico poco favorable y la imparable ola de violencia son amenazas creíbles de un escenario de alto riesgo.
Y a todo lo anterior faltaría la implosión dentro de la esfera del crimen organizado, los socios, cómplices y aliados del cártel de Sinaloa. Todas las secuelas serán consecuencias, pero no todas las consecuencias serán secuelas. Estas últimas generalmente se refieren a efectos negativos y duraderos. En resumen, malas noticias para México.