Una historia de amor y desamor
"Una historia de amor y desamor", escribe Salvador García Soto en #SerpientesyEscaleras
Sucedió en un país kafkiano imaginario, donde la política se entrelaza con el amor. Él, un príncipe de la nueva clase gobernante; ella, una princesa de la casta dorada de la izquierda. Se conocieron en las lides políticas y lo que primero fue una amistad, comenzó a transformarse en algo más con la convivencia ocasional.
Los dos comenzaron a volar alto y en las alturas se encontraron y se descubrieron. Fueron meses de romance apasionado. La princesa, soltera, se enamoró del príncipe que le dijo que estaba separado y pensando su divorcio. De lo suyo sólo sabían los que tenían que saber y se cuidaban de no mostrarse en público, porque al final de cuentas los dos estaban expuestos por las posiciones públicas que ocupaban.
Pero un buen día pasó lo inesperado. Las pruebas rápidas confirmaron que aquel tórrido romance había dado frutos y un nuevo ser venía en camino. Lo que hasta entonces habían logrado mantener en secreto, salvo para sus más cercanos, comenzó entonces a ser objeto de chismes, rumores y maledicencias en aquel reino en el que chismear era casi un deporte nacional.
Primero fue entre los suyos donde se corrió la noticia; más tarde empezó a filtrarse en ciertos círculos selectos y allegados al Palacio Real. Pero fue cuestión de días para que el incómodo asunto de su vida privada saltara a los pasquines y a las redes sociales que circulaban en aquel reino donde la moral pública había sido enarbolada y cacareada como asunto primordial de la nueva casta gobernante.
La princesa y el príncipe empezaron de pronto a estar en boca de todos. Los más rudos ya no se callaban nada y lo mismo los aludían directo y por su nombre, que publicaban fotos suyas o hasta memes satirizando lo que había sido un amor real y verdadero. La situación empezó a volverse tensa entre los dos y todo empeoró cuando las noticias llegaron al lejano reino de donde provenía el enamorado príncipe.
Resultó entonces que cuando él quiso liberarse y fue a ver a la que legalmente era su esposa para solicitarle el divorcio, porque había prometido cumplir su promesa y casarse con la princesa que ya estaba encinta, las cosas tomaron un giro inesperado. La esposa, que ya había escuchado hasta su tierra los rumores, montó en cólera y, aduciendo la respetabilidad de su apellido y el de sus parientes, se negó rotundamente a conceder la separación legal.
El príncipe insistió y argumentó razones de honor y de hombría que lo obligaban a disolver su matrimonio. Pero la señora, ofendida y mancillada, le echó en cara que esa no era la primera vez que sabía de su infidelidad y, poniendo por delante a sus hijos y su matrimonio, le dijo que lo perdonaba con la condición de que volviera a casa y se olvidara de la princesa de sus amores.
Y de pronto el príncipe, que había prometido hacerse cargo de su princesa y del futuro vástago, ya no volvió a aparecerse por la casa de su amor y se desapareció como las nieves al llegar la primavera. Y la princesa siguió con su vida y se hizo cargo de sus decisiones. A ella se le veía tranquila, valiente y segura cuando tenía que aparecer en público, pero el que no estaba nada bien y despotricaba contra el príncipe, era su padre, que rechinaba del enojo contra aquel que había enamorado a su hija y luego le había fallado como hombre.
En las tabernas del reino y en los rincones del Palacio Real no faltaba quien dijera haberle escuchado al ofendido padre proferir amenazas y advertencias de lo que le haría al desdichado príncipe que había incumplido su promesa. "Es un desgraciado, poco hombre y sin palabra, yo me voy a encargar de que pague por su ofensa", repetía aquel hombre mayor que reclamaba el honor de su hija y de su familia.
La historia de amor y desamor ocurrida en aquel reino kafkiano aún tiene un final incierto. Porque al final en la vida, como en la política, nada es para siempre ni hay siempre finales felices. Ahora el príncipe y la princesa se evitan y cada cual ha vuelto a sus rutinas y actividades; pero como dice el dicho: "donde hubo fuego, cenizas quedan" y hay entre los cortesanos de Palacio quienes aún apuestan a que el amor vencerá cualquier obstáculo y saldrá victorioso... Los dados repiten otra Escalera Doble por el puente. Subida doble para los amables lectores.