Lo que viene a partir del 2 de octubre

"Lo que viene a partir del 2 de octubre", escribe Salvador García Soto en #SerpientesyEscaleras

Si el final del sexenio de Andrés Manuel López Obrador está resultando cada vez más tenso, turbulento e incierto, el arranque del gobierno de Claudia Sheinbaum no pinta muy diferente. No por lo que haga o deje de hacer la nueva Presidenta, que hasta ahora sigue ciegamente la línea de su jefe político, sino por las herencias negativas y el ambiente envenenado que le dejará su antecesor con la imposición de sus reformas cons titucionales a contracorriente de opiniones, advertencias y mensajes, lo mismo de empresarios nacionales que de inversionistas extranjeros y los gobiernos de otros países, principalmente de nuestros vecinos y socios comerciales de Estados Unidos y Canadá.

El de Sheinbaum no será para nada un arranque terso ni normal, gracias a la actitud tan radical y beligerante con la que López Obrador decidió terminar su sexenio y aunque la primera presidenta mexicana de la historia pueda sortear correctamente los primeros tres meses, y deseamos que así lo logre, el panorama para 2025 que le pronostican y dibujan los bancos, analistas y calificadoras internacionales, es el de un año económico difícil, con posibles turbulencias y movimientos de capitales, un tipo de cambio volátil al alza, un crecimiento mínimo estimado en 1.3% y, lo más delicado, una posible fuga de capitales y cancelación de inversiones si se aprueba el nuevo modelo judicial que politiza y manipula, con el cuento del “voto popular y democrático”, la impartición de justicia, el Estado de derecho y la certidumbre legal que reclaman los inversionistas nacionales y extranjeros.

No es que se dude de la habilidad que tendrá el nuevo gabinete y la Presidenta para sortear las turbulencias y problemas que vengan; pero tampoco se compra la versión light y relajada que nos quieren vender con el discurso de que “no va a pasar nada”, que “nuestra economía está muy sólida” o que “los mercados están mal informados y no habrá ningún peligro”. La realidad es que sí habrá consecuencias negativas con la aprobación ya anunciada de la reforma al Poder Judicial y la también ya decidida extinción de los organismos autónomos.

Lo que tanto López Obrador como Sheinbaum han pretendido tomar y etiquetar como “presiones injerencistas”, “estrategias políticas de los adversarios” o “campañas de desinformación”, han sido en realidad advertencias puntuales y a tiempo de lo que puede desencade nar la politización e improvisación de los jueces, magistrados y ministros que conforman las instituciones de justicia mexicanas.

La demagogia de repetir que “vamos a democratizar y a limpiar al Poder Judicial” y los ataques y estigmas con los que generalizan, acusando que todos los juzgadores federales “son corruptos o nepotistas”, no les van a alcanzar para evitar la realidad. La preocupación, el nerviosismo y la desconfianza que ya genera esta reforma -y generará aún más siendo aprobada- entre los inversionistas, por el desmantelamiento y sustitución de las instituciones judiciales mexicanas, no son sólo dichos o palabras, sino mensajes reales de los que mueven los capitales nacionales y extranjeros y que podrían decidir abandonar a México si no les gusta el nuevo modelo de justicia o no les garantiza certidumbre para sus inversiones.

Al aceptar el tutelaje político que le ha impuesto López Obrador, la doctora Sheinbaum también está aceptando implícitamente ser ella y su administración las que paguen las consecuencias que generen las decisiones arrebatadas, capricho sas e impulsivas que está tomando el presidente saliente en la agonía de su sexenio. Y aunque ella jura y perjura que “nunca vamos a deslindarnos del Presidente” y asume públicamente la responsabilidad de terminar sus costosas y opacas obras faraónicas, además de adularlo y elogiarlo siempre como “el mejor Presidente de México”, la realidad es que cuando asuma el poder y se siente en la silla y se dé cuenta de que le dejaron las manos amarradas presupuestal y políticamente, habrá que ver si la ya entonces Presidenta de la República mantiene ciega su lealtad y sometida su voluntad.

No es gratuito que, mientras la doctora acepta sin chistar todo lo que le pide, dice o hace el Presidente, los mexicanos estén divididos en el debate de si ella será sólo una rehén de los designios del futuro habitante de La Chingada, o si una vez que le pongan la banda y se siente en la silla, ella vivirá el empodera miento que históricamente adquieren los mandatarios entrantes que, invariablemente, terminan mandando a la congeladora o al exilio a sus antecesores.

Hay incluso apuestas para ver quién atina en cuánto tiempo la presidenta Sheinbaum asume a cabalidad el poder de su cargo y se retira -no necesariamente con un deslinde público o estridente- de su mentor y antecesor para dar paso a sus propias decisiones y a su estilo personal de ejercer el poder. Unos dicen que en cuanto la banda tricolor le atraviese el pecho; otros sugieren que tendrá que pasar al menos un año para que ella se asiente en el poder y lo haga a un lado; hay los que piensan que no será antes de dos años cuando se venza el plazo para convocar a nuevas elecciones o invocar una revocación de mandato. Y los más pesimistas, de plano, creen que Claudia nunca podrá quitarse el yugo político ni la lealtad incondicional hacia su jefe político.

Lo más interesante, pero a la vez delicado, es que cada vez son más los mexicanos que, sea por información, por análisis o por puras ganas de que pase, apuestan a que Estados Unidos le eche el guante al que pronto será expresidente de México y que termine siendo acusado por encubrir y proteger al narcotráfico, lo que sería un escenario inédito en la historia de las relaciones México-Estados Unidos y sin duda un tema que sacudiría al país.

Pero, también lo dicen en los corrillos políticos, en las apuestas y en las calles, a la que más podría convenirle el escenario del Departamento de Justicia requiriendo por primera vez a un expresidente de México, sería a la doctora Sheinbaum Pardo, que se libraría del bastón de mando y podría aplicar aquella vieja frase que solían repetir los priistas cuando hablaban de aquel presidente que, cuando vio en una fila para saludarlo a un compadre suyo que le había pedido que lo ayudara a ser candidato en su estado, cosa que no había ocurrido, se le adelantó antes de que le dijera nada, con esta frase: “Nos chingaron compadre”… Se baten los dedos. Escalera doble para los amables lectores.