De la razón a la emoción

Estamos viviendo un momento donde el comportamiento de los ciudadanos y electores se determina mucho más por la emoción que por la razón. Ello pone en riesgo de desaparición el debate racional e informado, degrada lo público y lo convierte en arena de estrategias de manipulación colectiva a través del poder de las redes sociales.

Internet y las redes sociales se han transformado, efectivamente, en un espacio peligroso, acosado por imprecisiones, mentiras y manipulaciones. Estamos instalados en el reino de la “posverdad”: una situación donde la opinión pública se modela, no a través de los hechos objetivos, sino de la apelación a las emociones, los prejuicios y las creencias personales. “Algo que aparenta ser verdad, es más importante que la propia verdad”.

La posverdad se alimenta del creciente deseo de las personas de sólo conversar con quienes comparten la misma visión y principios, el crecimiento exponencial de las redes sociales y la viralización de contenidos y la desconfianza en las instituciones y en lo público.

A ellos se suma el uso de algoritmos en las principales redes sociales, que nos imponen el consumo de contenidos cada vez más personalizados de acuerdo con nuestro perfil y preferencias, sin tomar en cuenta la veracidad de la información ni fomentar la diversidad y el equilibrio noticioso. Quedamos, así, atrapados en una burbuja donde los contenidos serán cada vez más próximos a nuestra ideología e intereses y donde sólo nos relacionaremos con usuarios afines.

¿Ejemplos del fenómeno de la posverdad? El Brexit y la victoria de Donald Trump. El aplastante triunfo de AMLO en los pasados comicios presidenciales. Han sido casos donde los resultados han rebasado cualquier pronóstico racional o sensato.

De acuerdo con diversos analistas, Trump mintió en 70% de sus mensajes en redes sociales durante la campaña presidencial de 2016 y lo sigue haciendo todos los días. Por ejemplo, en el marco de los comicios para renovar el Congreso de Estados Unidos en noviembre del año pasado, apeló a los resortes emocionales de su electorado duro, para lo cual, recurrió a una de sus armas predilectas -el discurso xenófobo- al inventar una supuesta invasión masiva de migrantes ilegales provenientes de Centroamérica para justificar el endurecimiento de las políticas migratorias y la construcción de un muro en la frontera con México.

Dice el sociólogo mexicano Roger Barta que el virus de la posverdad tiene su mayor caldo de cultivo, en el caso de nuestro país, en una sociedad que no lee, irreflexiva, inculta, enojada con las instituciones, impulsada por los resortes de la emoción y no de la razón.

Combatir la posverdad es vital para promover una mejor democracia y también una ciudadanía más participativa en los asuntos de la esfera pública.

Otra herramienta de manipulación emocional de los participantes del universo social digital, es la llamada neuropolítica, una rama del conocimiento que busca llevar la neurociencia al ámbito de la política. Hemos llegado a tal grado de sofisticación, que se pueden crear algoritmos que miden el efecto de los diferentes estímulos (mensajes, campañas) en el cerebro y en las emociones.

En la lógica de la neuropolítica, una buena narrativa es la clave para impulsar el compromiso emocional del elector, multiplicando la actividad neuronal del cerebro. Antes se creía que una historia basada en hechos racionales era suficiente para ganar una elección. Hoy sabemos, en cambio, que una narrativa emocionalmente estridente, impactante, aunque puede llegar a ser aparentemente repulsiva, tiene un impacto superior.
Estamos observando más emociones en los contenidos públicos y menos racionalidad.

Si bien el uso de técnicas de persuasión es válido y se ha hecho desde hace varias décadas, el abuso de la posverdad, las fake news y la neuropolítica, pervierte el sentido mismo de la política que es generar vínculos de confianza entre líderes y ciudadanos donde estos puedan fiscalizar el ejercicio del poder y mantener un mayor control.

Las tecnologías y las redes sociales entrañan riesgos y oportunidades. Ojalá prevalezcan estas últimas para bien de la democracia y el buen gobierno.

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