La bolsa o la vida
El mundo parecía estar en una situación de decidir entre “la bolsa o la vida”, por la dificultad de encontrar el punto de convergencia entre ellas, escribe en Fuera de Ruta, Lorenia Velázquez Contreras .
Por Lorenia Velázquez Contreras
Hace unas semanas, entre toda la información que llega cada minuto, se me quedó fijada una entrevista donde, a propósito de la emergencia global de salud a la que dolorosamente nos estamos acostumbrando, el investigador especialista en filosofía y ética, Enrique Dussel, señaló que el mundo parecía estar en una situación de decidir entre “la bolsa o la vida” (la Bolsa de wallstreet, aludiendo a la riqueza mundial, o la vida de la humanidad), por la dificultad de encontrar el punto de convergencia entre ellas, y propiciada sobre todo por la acumulación de capital en pocas manos.
Sobre las relaciones entre salud, economía y desarrollo, en 1890 el economista Alfred Marshall enfatizaba que "la salud y la fortaleza física, espiritual y moral, son la base de la base de la riqueza social; al mismo tiempo, la importancia fundamental de la riqueza material radica en que, si se administra sabiamente, aumenta la salud y la fortaleza física, espiritual y moral de género humano".
Si algo está dejando en claro la realidad de 2020, es la necesidad de retomar y redefinir la relación entre salud y economía: una economía sana requiere de una sociedad sana, de una fuerza de trabajo sana y de un entorno familiar saludable que permitan la reproducción de esa fuerza de trabajo; pero la relación también va en el otro sentido: una población sana requiere de una economía que se enfoque no sólo en la generación y cuantificación de riqueza, sino en su distribución e impacto en los niveles de bienestar.
La principal característica del presente es la incertidumbre. Los números de contagios y de las lamentables muertes cambian día a día, variando los pronósticos y aplazando la fecha en que la curva de contagios finalmente muestre una pendiente negativa hasta que llegue el día en que podamos regresar a una normalidad relativa.
Hasta ahora, el cierre de actividades no ha afectado igual a los grandes y pequeños negocios; varios de estos últimos no podrán terminar con vida el período de confinamiento y muchos de los establecimientos sobrevivientes reabrirán en situación crítica y posiblemente obligados a invertir su escaso capital en nuevos protocolos de seguridad para empleados y clientes.
Entre los que están permitidos para operar en fase de contingencia hay diferencias enormes. Por un lado, los grandes almacenes de ferretería o de acceso exclusivo para sus “socios” -con membresía pagada- no han perdido el aforo de clientela y tienen sus propias reglas establecidas para ingresar al establecimiento (uso de cubrebocas, sólo una persona por familia, número limitado de clientes al interior, etc.). Por su tamaño y diversificación, varios de los productos que ofrecen estas empresas pertenecen al ramo de los clasificados como no esenciales; los pequeños comerciantes argumentan que este nicho de mercado bien pudiera ser cubierto por ellos.
Por otro lado, vemos, por ejemplo, restaurantes abiertos sin comensales, que no asisten por temor al contagio o porque desconocen que en algunos de sus lugares favoritos pueden, en grupos mínimos, pasar al área de comedor con las máximas y debidas medidas de protección. En una reunión, empresarios del ramo mencionaban que las ventas, todas en la modalidad de “ordene y recoja” o de servicio a domicilio, se han reducido al 10%.
Las diferencias también se reflejan entre los trabajadores: aquellos privilegiados que trabajamos desde casa sin que los ingresos se vean afectados y aquellos que han sido retirados de sus trabajos con menor salario o jornadas escalonadas, quienes han sido enviados a casa sin sueldo alguno con la promesa de recontratación al final de la contingencia o quienes han sido liquidados de forma definitiva. Esto sin contar el sector informal, de cuya actividad depende la subsistencia de millones de personas.
Echar a andar los motores de la economía es apremiante, pero hacerlo sin considerar los riesgos que esto implica para la población es impensable. Urge entonces encontrar el punto de convergencia. Como sociedad, debemos aplaudir que estamos demostrando que resguardar la vida y la salud de la población es nuestra prioridad; falta demostrar el interés real por recuperar también la salud económica.