La transición

Por Yolanda González Gómez*

Faltan días para que concluya el sexenio de Enrique Peña Nieto y deje la herencia de un país en ruinas. Su gobierno solapó una serie de desfalcos presupuestales, la corrupción de funcionarios y gobernadores, escándalos como el de la Casa Blanca, la “estafa maestra”, los fraudes de Odebrecht y OHL, un saldo de miles de muertos y cientos de fosas clandestinas, la impunidad en casos como la guardería ABC, los desaparecidos de Ayotzinapa, las masacres y atentados de Tlataya, Atenco, Tanhuato, Apatzingán, Ostula.

El presidente saliente es el emblema de la decadencia y descomposición del PRI, el partido hegemónico por más de 70 años en México, que acrecentó la desigualdad y pobreza a niveles insultantes, la violencia e inseguridad, que debilitó el sentido de democracia y justicia para ganar un poder autoritario y gobernar a su libre arbitrio, con los poderes legislativo y judicial cooptados y sin cuestionamiento público por el silencio mediático.

Fueron décadas de estancamiento, de censura, represión, saqueo, impunidad, desde mediados del siglo XX. Y aunque nadie podría asegurar que el PRI agoniza políticamente ni pareciera factible la idea de su desaparición, debido a la multitud de redes y lealtades que creó y nutrió en todos los sectores sociales, sí existe la renuencia popular a las viejas prácticas de ese partido y la necesidad de exigir un cambio real, uno que garantice el giro radical hacia la honestidad en forma y fondo de la práctica política y depure las estructuras de respeto a la ciudadanía, la democracia y a nuestra identidad como pueblo. 

El deseo de un cambio llevó a más de 56 millones de mexicanos a las urnas el primero de julio pasado para expresar su rechazo al gobierno y la política vigentes a través del voto, el cual masivamente favoreció al candidato de izquierda del Movimiento de Regeneración Nacional (Morena), Andrés Manuel López Obrador, quien obtuvo una victoria histórica del 53.19% de los votos, luego de un par de fracasos anteriores por la presidencia de México en 2006 y 2012. El triunfo representó un “cambio sísmico” en la política mexicana, según el diario estadounidense The New York Times.

En las elecciones de este año resurgió una pasión inusitada por votar y la gente defendió ese derecho enérgicamente. En algunas casillas especiales se tradujo en reclamos airados por la falta de boletas electorales asignadas. Como observadora electoral independiente, sí advertí intentos por realizar antiguas prácticas de fraude electoral como introducir grupos de acarreados a las filas, intimidación y demora del proceso de votación, que quizá se malograron ante la afluencia y organización de las personas. Así sucedió en la casilla especial del aeropuerto “Ignacio Pesqueira”, donde cientos de electores formados en largas filas crearon un sistema de orden propio pintándose un número con marcador en el brazo o mano, a fin de asegurar que alcanzarían una boleta. La insuficiencia de boletas electorales y la imposibilidad de votar causó allí fuertes connatos de violencia y protestas.

En este escenario, el nuevo presidente electo no sólo asumirá el mando de un país devastado y harto de los excesos y corrupción oficiales, cansado de la impunidad y defraudado por el sistema partidista mexicano, sino que también deberá afrontar la responsabilidad enorme de gobernar a un pueblo cargado de esperanza y hambriento de justicia, que siente el triunfo del tabasqueño como la fundación y el comienzo de un nuevo México a partir del primero de diciembre.

Y quienes votaron por López Obrador, esperanzados en una supuesta reinvención del país, esperan el cumplimiento de la ambiciosa agenda de promesas y cambios expuesta durante su campaña y posteriores a su triunfo. Sus propuestas de combate a la corrupción, planes de austeridad y recortes presupuestales contaron con la aprobación popular; sin embargo, también aparecieron las críticas y desencantos por las confusiones, omisiones y contradicciones de su discurso, por el nombramiento de colaboradores de triste memoria política como el exlíder minero Napoleón Gómez Urrutia y el exsecretario de gobernación Manuel Bartlett, de militantes y empresarios de dudosa reputación y exfuncionarios de gobiernos del PAN y del PRI, a los que la vox populi llama “reciclados” por haber apoyado públicamente a varios partidos políticos antes de Morena.

El periodista Alan Riding opina que llegó el momento que México requería para un cambio drástico que sacuda al sistema y ante la experiencia previa con gobiernos del PRI y PAN, se buscó otro modelo para gobernar. López Obrador y Morena representaron esa “nueva” alternativa que no ha sido probada en el poder.

En un país que ha vivido tantas décadas bajo un autoritarismo que se ha arraigado en la cultura nacional, resultará muy interesante observar cómo el gobierno de López Obrador va a instrumentar medidas contra la pobreza tan extensa y dolorosa, cómo conciliará el combate a la corrupción y al narcotráfico sin generar mayor violencia, con qué perspectiva equilibrará las redes estatales de poder, cómo contrarrestará el enriquecimiento ilícito de gobernantes anteriores y vigentes, si continuará rescatando funcionarios relacionados con la llamada “mafia del poder”, si construirá mejores andamiajes para una democracia justa e igualitaria, cómo negociará con un beligerante Donald Trump, si estará a la altura de los retos por venir.

La moneda está en el aire.

*Estudiante del programa de maestría en el posgrado de El Colegio de Sonora.

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