Barreras para la detección precoz del cáncer de mama en México

Por Liliana Coutiño Escamilla*
En nuestro país, cada 9 minutos se detecta alguna mujer con cáncer de mama, la mayoría de ellas llegaron de forma tardía al diagnóstico. Se estima que menos del 15% de las mujeres que actualmente son atendidas por esta enfermedad, llegan a través de tamizajes, es decir, a partir de estudios de rutina o preventivos.

Dado que los estudios sobre la causalidad del cáncer de mama no son concluyentes, no es posible prevenir del todo la enfermedad, sino más bien, detectar precozmente, es decir, en los comienzos de la formación del tumor y cuando éste todavía no se ha expandido hacia otros órganos o partes del cuerpo. Así que el diagnóstico precoz, como tarea del sistema de salud, en el que participamos todos, es una tarea titánica que hay que alcanzar y para ello es necesario considerar los múltiples retos a los que se enfrenta.

Las barreras que dificultan el diagnóstico oportuno son múltiples y de diferente orden, podríamos incluso agruparlas en retos estructurales o distales, sociales o comunitarios y proximales o individuales. Entre las barreras del primer tipo, se encuentra prioritariamente la falta de acceso a un subsistema formal de salud (IMSS, ISSSTE, SEDENA, etc.). A pesar de los avances en la cobertura de servicios de atención y del apoyo de numerosas organizaciones de la sociedad civil para incrementar el tamizaje, existe también una gran proporción de mujeres que no reciben servicios adecuados, ni hay manera de darles seguimiento. En México, como en muchos países latinoamericanos, existe además una distribución inequitativa entre los ambientes rural y urbano de los servicios especializados de salud. Por otro lado, incluso para las regiones en donde se concentran los servicios, se observa un presupuesto insuficiente para actualizar la infraestructura y disponer de personal calificado.

Ante el aumento dramático en la incidencia, los presupuestos han sido insuficientes para renovar los mastógrafos análogos por digitales en todo el país, así como para la formación de radiólogos certificados. De los más de 1, 100 mastógrafos funcionando, el Instituto Nacional de Cancerología (INCAN) estima que sólo una tercera parte es digital, esto obstaculiza la calidad del diagnóstico y el tiempo de llegada de la paciente al tratamiento adecuado. Por otro lado, de los cuatro mil radiólogos que aproximadamente existen con licencia en el país, se estima que sólo el 10% está capacitado para hacer interpretaciones oncológicas. La NOM-041-SSA2-2011 establece para ellos un entrenamiento de al menos dos meses en radiología oncológica y una productividad de, al menos, cinco mil lecturas mastográficas por año, las cuales deben hacerse por duplicado en algún otro centro, a fin de asegurar la precisión en el diagnóstico. Ante esto hay que observar que la norma no establece metas altas, sino adecuadas y deseables, pero que todavía quedan en la categoría justo de deseables, por no ser alcanzadas, pese a considerables esfuerzos locales de capacitación en algunas entidades federativas y algunos proyectos innovadores en Tele-medicina.

Otro grupo de barreras surgen de los conflictos en la dinámica diaria de las comunidades y sus limitantes de horarios y actores. En los ambientes urbanos, con mucha frecuencia las mujeres se enfrentan a dificultades de horarios para consultar y acudir a los tamizajes. Sería importante, en este sentido, que los servicios de detección pudieran funcionar en horarios que no fueran de oficina. Pero además, con un adecuado registro poblacional, que permitiera llevar una vigilancia activa: “Es que nomás me apachurraron y ya de ahí no me dijeron nada” me comentaba recientemente una paciente, que al no recibir noticias de sus resultados interpretó que no existía gravedad y ello solamente retrasó la llegada a su tratamiento adecuado.

Los problemas de gestión hospitalaria, así como el retraso en los procedimientos y la comunicación que establecen con los usuarios, no son pequeño problema. En gran medida, a una falta de buena gestión se puede atribuir que más del 20% de los mastógrafos estén permanentemente sin funcionar en el país y que, incluso, los mastógrafos digitales no sean aprovechados como se debería, pues se atienden aproximadamente sólo al 11% de las pacientes que pudieran ser atendidas por equipo. Por otro lado, lo deseable también es que la mujer reciba acompañamiento e información desde el primer momento que es atendida y que sea tratada con amabilidad y confidencialidad. No es infrecuente que estos supuestos se rompan y las pacientes terminen postergando las visitas a su unidad de salud porque saben que esperarán por largo tiempo, serán atendidas con malos tratos o de forma indiscreta, especialmente en las comunidades rurales.

Finalmente, y no por ello menos importantes, están las barreras personales: las percepciones y creencias que afectan a la mujer y que influyen en su comportamiento de autocuidado. Por un lado, es conocida la resistencia a desnudar el cuerpo y además padecer dolor con la “prensada” del seno. Pero también permea todavía en muchos grupos poblacionales una asociación cognitiva del cáncer de mama con la muerte. Este temor no es infundado, históricamente, el cáncer de seno era “el cáncer” pues era el que permitía observar su evolución y la afectación que le hacía al cuerpo, ya sea porque la paciente agravaba hasta morir o porque las mutilaciones quirúrgicas eran tan severas, que seguramente dejaron una huella de miedo entre la población, que aún heredamos.

Por otro lado, muchos de los tumores en sus etapas tempranas, que es cuando convienen que sean detectados, no manifiestan algún síntoma evidente y no refieren dolor; y esto también es un problema para aquellas pacientes a las que la atención o la consulta médica se busca sólo cuando ya la molestia es insoportable y/o le impide desarrollar sus actividades cotidianas. Transitar entonces a una cultura de autocuidado para la detección precoz, en donde no exista aún dolor o malestar, implica toda una tarea de reeducación para la salud y de promoción cultural que no está siendo suficientemente abordada entre los subgrupos poblacionales de mujeres. En este sentido, sería importante, adaptar muchas de las campañas y publicidad existente a la diversidad cultural que existe también en México.

Una buena política pública para combatir el cáncer de mama, tendrá que poner en consideración de manera integral todos estos factores y otros más que no han sido mencionados aquí, pero que están documentados ya. Para ello también será necesario que los tomadores de decisiones estén sensibilizados ante esta enfermedad, que constituye actualmente la primera causa de muerte por cánceres en el país. Otra dosis de voluntad política será necesaria para que los planes y programas estatales usen con eficacia sus recursos económicos, optimizando el personal y equipo hospitalario. Pero en el proceso no quedan fuera los factores humanos y psico-sociales. Sería deseable que las mujeres transitemos entonces hacia una cultura de chequeo, en donde nuestra salud se torne prioridad entre las múltiples actividades diarias, pero, además, resignifiquemos el autocuidado como un acto amoroso, colectivo y significativo para las siguientes generaciones.

*Egresada del programa de Maestría en Ciencias Sociales de El Colegio de Sonora.

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