México, aún muy lejos del ‘homeschooling’
La autora es Licenciada en Ciencias de la Comunicación por la Universidad de Sonora. Ha sido reportera, editora y correctora en medios impresos y digitales.
Estamos a casi un año de que en Sonora se suspendieron las clases presenciales en todos los niveles educativos. Aún es difícil determinar el real impacto de esta medida propiciada por la contingencia sanitaria del Covid-19, que llegó a modificar los procesos de enseñanza-aprendizaje y a acelerar la impartición de la educación virtual.
Es de reconocerse el gran esfuerzo realizado por los maestros durante los últimos 10 meses para sacar avante a los estudiantes, pero sobre todo de muchos padres de familia, que de pronto de forma obligada se vieron inmersos en la gran responsabilidad de acompañar a sus hijos en la educación desde el hogar.
No han sido pocos los casos donde los papás se han visto rebasados por esta inesperada encomienda que les llegó; tampoco de maestros que han tenido que actualizarse con urgencia en materia de tecnologías y plataformas cibernéticas, de aceptar que si en un salón de clases normal es difícil mantener la atención y controlar los grupos, lo es todavía más a distancia y con tanto distractor que ofrece el Internet.
Muchos padres de familia se han debido acostumbrar a ver a sus hijos “aprender” bajo las cobijas; dormidos a media clase o bajar su rendimiento por no levantarse a tiempo para decir “presente”
y no presentar sus tareas de forma oportuna. Y es ante esta incertidumbre que se presenta con la actual y forzada forma de los procesos educativos que algunos padres han volteado a la posibilidad
de que en México pueda implementarse, no la escuela virtual en casa, sino el controvertido, pero efectivo “homeschooling”, que funcionaría sobre todo en el nivel de educación básica.
Se trata de un sistema educativo muy usual en países como Estados Unidos, Canadá y Brasil, donde los alumnos toman sus clases en el hogar y los maestros son sus propios padres, pero no forzados como ha ocurrido durante la contingencia sanitaria, sino por decisión propia y de forma voluntaria, con métodos y horarios flexibles, donde los resultados de aprovechamiento son avalados por la autoridad educativa.
Mediante este tipo de enseñanza se da una verdadera “educación para la vida”, ya que incluye desde conocimientos académicos hasta la crianza en valores, donde cada aprendizaje se basa en la edad, intereses y aptitudes de los estudiantes.
Es obvio que para lograrlo, los padres de familia deben capacitarse, organizar sus actividades diarias y estar conscientes de que su papel de maestros será 24/7, y que será su ejemplo, constancia y dedicación lo que más impacte a sus hijos; sin duda una enorme responsabilidad y compromiso.
En México existen lagunas en la legislación que mantienen una indefinición en cuanto a si es legal o no el “homeschooling”, ya que no está regulado, y por lo mismo, de forma oficial no se da como una opción educativa, pero tampoco está prohibido ni es considerado un delito que los padres decidan educar a sus pequeños en casa.
Tere Garduza, una madre de familia mexicana, decidió que educaría a su hija ella misma en casa, e incluso antes de que ésta naciera, ya estaba empapándose de todos los cambios que implicarían para su familia ser maestra de tiempo completo.
Hoy en día, y tras vencer muchas barreras sociales, tiene un portal y una comunidad de padres que como ella han llegado a la conclusión de que la mejor manera para educar a sus hijos no es la escolarización convencional; ella los asesora y guía en esta difícil tarea.
Los principales temores de los padres, comenta durante una entrevista a un medio colombiano, son la legalidad del “homeschooling”, la socialización de sus hijos y la certificación de los estudios, pero poco a poco se han ido abriendo camino para lograr que sus hijos reciban educación en el hogar y que ésta les sea reconocida.
Sin duda hay mucho camino por recorrer en esta posible modalidad educativa en México, ya que requiere gran responsabilidad de todas las partes involucradas, pero no deben descartarse alternativas que podrían brindar mayor certeza en el aprovechamiento y rendimiento de los menores, al menos hasta que llegan a una edad donde ellos pueden decidir si ingresan o no al sistema
escolarizado convencional al que todos, a través de las generaciones, hemos estado acostumbrados.